No llegamos. Es un hecho.
Alejandro ya no es persona, es un guiñapo. Está durmiendo en el sofá. Yo he tenido la suerte de que me tocase el suelo, porque, como vísteis en el post anterior, ayer le tocó a él. Sí, es absurdo. Podríamos traer una cama, una de esas hinchables, la
Restform de los anuncios, o irnos a casa, sin más. Pero es que la idea es no dormir, la idea es trabajar, y lo de dormir siempre resulta casual. Algo accidental, que no debería ocurrir, y por tanto no contemplado. Así desde hace días.
Yo no podía dormir. Como Harry Sónfor, el mítico compañero de blog que os recomiendo a la izquierda, sufro de insomnio. Son demasiadas cosas en la cabeza. Todo esto tiene un precio. Némesis va a por mí, como me decía mi hermano Javier. Hace mucho que no duermo bien, y mastico orfidales como chicles. Lo sabéis del rodaje. Ahora no tengo, porque se suponía que no íbamos a dormir, y así ha sido, efectivamente.
Alejandro descansará otros veinte o treinta minutos. No sé si despertarle a las tres y media, o a las cuatro. Mejor a las cuatro. También tiene problemas. Hace siglos que no ve a su mujer y a su hija Malena. Vive aquí, en montaje, desde hace meses. Su mujer, maravillosa, le quiere con locura, y le echa de menos. No digamos Malena. Ha llamado a casa para festejar el gol. ¿Has visto el gol? Decía.
El ambiente es apocalíptico en la calle, y francamente, no ayuda mucho. Las bocinas y los gritos se mezclan con el barullo de nuestra película formando una espesa crema de ruidos que termina enloqueciendo.
El montaje a marchas forzadas puede resultar inquietantemente neurasténico. Las tomas, las canciones y los diálogos se repiten una y otra vez como una pesadilla. Los fantasmas del rodaje surgen de sus tumbas.
Ha habido un momento en que Alejandro se ha quedado como paralizado, estático, inmóvil en un plano. Daba vueltas alrededor de él, como buscando algo. Hablaba de su mujer, de su hija, mientras intentaba encontrar el punto de corte. Hablaba de fútbol, de lo mucho que me quiere, de cómo he hundido su vida, todo al mismo tiempo. Su mente empezaba a disociarse, fragmentando las ideas como si su propio montaje mental se descompusiera suavemente. Hablaba de su pueblo, Necochea. Hablaba de su hermano Martin, que le aconsejaba dejarlo todo y dormir, ser una persona seria, dejar esta vida de planos y diálogos y músicas, y bocinas y fútbol y tres de la mañana. Alejandro no quiere, porque ésta es su vida.
Planos de Sancho. Contraplano. Plano de Sancho cámara B. Corto, medio. El travelling. La cámara al hombro de la tercera toma. ¿Dónde están los planos de la Canon? ¿No había rodado yo una reacción en el corto, por si no funcionaba el travelling? No. Es verdad, quería hacerlo, pero no pude. Espera, pásalo de nuevo. Hay una pausa. ¿Puedes quitarla? Sí, pasa al contra y pones el comienzo del diálogo sobre... Eso. Oye, ¿y si montamos primero el plano medio y así entra el inserto a la mitad y la cámara B, que no tiene foco, entra más tarde? No, prueba otra cosa. Hostia, se ha colgado. ¿habrá salvado? No veo a mi hija. No veo a mi mujer. Hay que llegar.
Alejandro se funde y yo le digo que se eche un ratito. Alejandro se tumba y ronca al instante. Alejandro es la persona más hermosa del mundo. Yo soy un miserable que le tortura, y él se deja, porque es su trabajo. Perdóname, ahora que duermes en el sofá. Perdona todas estas horas crueles lejos de tu familia, encerrado delante de un monitor, dando vueltas y vueltas a un estúpido plano. Son las cuatro. Dios, perdóname, amigo mío, porque voy a despertarte. Alejandro es un montador, yo soy un director y aquí no hay quien duerma.