Bueno, esto es lo máximo. Se me acaba de borrar el post. Un par de horas escribiendo.
Ya no me apetece volverlo a hacer. Debería escribir otra cosa. Qué horror. Qué horror es el trabajo inútil, el dolor de lo perdido porque sí, la angustia del sufrimiento que no va a ningún lado, que se agota en sí mismo.
Contaba cosas bonitas y amargas de estos días. Intentaba resumirlo todo, pero es imposible. Recuerdo cuando me apetecía contar momentos angustiosos de manera divertida, para disolverlos con una risas. Hace mucho que pasó esa época dorada. Ahora sólo siento un tremendo cansancio. Que se me haya borrado el post me jode hasta la exasperación.
Sólo quiero enumerar algunas sensaciones. No puedo volver a escribirlo todo.
El rugido de los leones en los túneles, bajo tierra. Era como el sonido del metro pasando cerca, o una tempestad en la distancia. La boca de la elefanta, como una enorme vagina caliente y sonrosada. Su lengua blanda y carnosa. No puede evitar besarla. Jugar como niños, en un carrito, Calonge y yo, tirados por Txitxo, cuando se fue la luz, en medio de la lluvia, la otra noche. El frío, la ropa calada, el barro, las sombrillas tapando a los actores. Leones en el combo. Rodar con leones en el combo, a un metro de mi nariz, que me impedían escuchar la toma con los rugidos. Carolina tragándose su propio vómito, dando vueltas boca abajo, colgada de la tela, para no parar la toma. Querer matar a Tallafé por joder un plano con más de cien personas implicadas. Un mono protegiendo a su hijo de nosotros. Sentir miedo y disimular frente a Villén, para no angustiarle. Su mirada de amigo, cálida y reconfortante. Gritar, que me griten, oír gritos allá, a lo lejos. Domingo, el gran Domingo, desesperado. Emborracharme hasta las cejas. Hacer el ridículo y no importarme porque estoy entre amigos. Querer llorar de impotencia, y hacerlo, a escondidas, sin que me vean. Reírme a carcajadas, cuando algo ya es inevitable. ¡La felicidad que da sentir algo como inevitable! Imagino que justo antes de saltar al volcán te mearás de risa. Sentirme querido, protegido, apoyado, por mis técnicos. Por mis cámaras, por efectos, vestuario, maquillaje, por producción, por dirección, por mi conductor, por todos. Por mis actores. Por mis amigos de la profesión. Sentir su esfuerzo, su dolor, su trabajo, su entrega, sentirlo en mis hombros, pesándome como hierro. Saber que todo eso esta en manos de un inconsciente, de un idiota. Saber que soy yo el único responsable directo del sufrimiento de los demás. Saber que les empujo todos los días contra una pared, y acerco la oreja para escuchar cómo suena el golpe. Oh, Dios, esto lo tengo que hacer literalmente la semana que viene. El rugido de los leones bajo tierra. Eso fue lo mejor.