Me encuentro en el avión que me lleva a Toronto, después de pasar por Frankfurt. Nos espera otro festival, y mas entrevistas. Ahora concretamente que la publico llego al hotel, tras encontrarme al bueno de Achero Mañas.
Todo ha pasado y quizá es el momento de retomar mis experiencias en el blog, para teneros actualizados emocionalmente. Siempre digo lo mismo, pero no se me ocurre otra manera de empezar:
Hay tanto que contar... Han pasado tantas cosas que es imposible tan sólo enumerarlas. Además la cabeza se ocupa de quemar archivos y son imposibles de recuperar. Recordaré malamente algunos:
El móvil maldito Lo primero de todo es que el día de la gala se me cayó el móvil a una canal, al salir de la lancha que me llevaba del hotel a Venecia. El festival se celebra en el Lido, por si no lo sabéis, una isla cercana, en un hotel extraordinario llamado Excélsior. Hay que ir a todas partes en lancha, y en uno de esos momentos de torpeza total que me caracterizan, imprimíéndome un simpático Savoir Faire, se me cayó el móvil del bolsillo de la camisa. Notar como se desliza suavemente del bolsillo, rebota en la lancha, y se hunde en el agua... Pensar seriamente en saltar, y descubrir que es absurdo... Me habrá llamado toda España, miles de SMS perdidos, de felicitaciones, de cariños, de palabras bonitas. Bueno, todo eso llegará, confío, algún día, cuando los muchachos de Telefónica, a los que quiero con locura, tengan a bien mandarme uno nuevo, pero esto llevará meses, o años, y miles de llamadas a un operador de Uruguay, o Colombia, para arreglarlo. Es más fácil ganar un premio en un festival que te renueven el móvil por pérdida. Además, me lo tendrían que enviar a Toronto...
Encuentros en tercera fase con el juradoLo primero que tengo que decir es que en un festival, por propia experiencia como jurado, lo PUTO PEOR es encontrarse con el jurado. No mola nada, les tensa a ellos, te tensa a ti, no sabes que coño de cara poner en ningún caso. Siempre es recomendable mantenerse a parte y que no se te vea mucho. En este caso, era más jodido si cabe, porque conozco a Quentin, DEBERÍA hablar con él. Pero no quería hacerlo. Así que, cuando decidíamos bajar a Venecia en lancha, siempre cabía la posibilidad de cruzarnos con ellos tristemente. Y claro, el último día, ocurrió. Estábamos en el pequeño muelle y aparecieron todos, en pleno, con sus mujeres, dispuestos a pasar una velada agradable en Venecia cenando, o corriendo tras las palomas, o comprando máscaras de porcelana, lo que fuese.
Saltar o no saltar, esa es la cuestiónPensé seriamente en saltar, saltar al agua. No había salida. Se acercaban. eso era un muelle, no había salida posible. Decidí darles la espalda y mirar patéticamente al agua, como si fuese a pescar y estuviera tanteando el terreno. Algo idiota, en suma.
Guillermo Arriaga me saludo primero. Hola, hola. Disimulé. Como siempre, la cosa se desvió hacia Carolina, que siempre genera mucho mas interés que yo. Tallafe estuvo a punto de hablar con Danny Elfman, pero lo impedí a tiempo. Hubiera sido como un encuentro entre Gollum y Heisenberg. Cuando conseguimos esquivarles y montarnos en nuestra propia lancha, decidimos ir a cenar, nada más y nada menos, que al mejor restaurante de Venecia. Todos nos habían hablado del DA FORNI, al lado de San Marcos.
Aventura en DA FORNIEvidentemente, no nos equivocamos, el sitio era extraordinario. La sopa de setas con trufa olía a Gloria bendita. Caminábamos hacia nuestra mesa acompañados por el Maitre, cuando de pronto...
El jurado, en una mesa. Todos, charlando, en el Da Forni. Y el maitre nos empuja hacia ellos. En Camara lenta, miro a Carolina y le hago una seña de estúpida complicidad (que no entiende, porque parecería una mueca de un loco) para girar 180 grados y salir de allí escopeteados. Consigo que me sigan, pero el maitre empieza a gritar y a hacer gestos extraños, lo que llama la atención de la gente que nos rodea. Yo no miro al jurado, miro violentamente a la pared contraria. De hecho, intento evitar que Tallafe mire al jurado, que es lo que realmente me preocupa. Así que le grito: ¡Tallafe, mira esos cuadros! Y señalo a una pared, casualmente, sin cuadros. Mientras Tallafe se gira y observa, intrigado, la pared, yo consigo llegar a la puerta de entrada evitando a docenas de camareros que me empujan, amables, para sentarme. Por fin accedemos, sin bajas, a otra sala del restaurante, donde optamos por pasar el resto de la velada.
Angustia y psicopatíasNos duele el estómago de la tensión, yo me he pasado el día vomitando, Carolina se marea, y Juan Ochoa intenta, con su amabilidad habitual, que pensemos en otra cosa. Yo no puedo, sobre todo porque veo a Tallafe con ganas de ir al baño. Si Tallafe va al baño y se encuentra con Danny Elfman, o con Tarantino, me muero, me suicido. Le digo que se aguante, que se mee encima, cualquier cosa antes de moverse de la mesa. Tallafe se pone triste.
La apuestaYo le quiero a Tallafe más que a mis muelas, así que pienso en algo que nos anime. Le digo: te doy 150 euros si te acercas a aquella anciana y le das un beso. Tened en cuenta que nos encontramos en un sitio donde la gente cena con vestido de noche, joyas y smoking. En una mesa cercana estaba Helen Mirren, la actriz que hace de reina de Inglaterra. Nos miraba, extrañada. Tallafe siente cómo una ilusión primaveral le recorre las venas, por el tremendo reto. Carolina se levanta directamente y se va, porque no quiere presenciar este bochornoso acontecimiento, este lamentable ejercicio de infantilismo e inmadurez. Juan y yo nos frotamos las manos, porque sabemos que vamos a deleitarnos con unos deliciosos minutos de ultraviolencia moral. Helen Mirren se prepara para irse. Se pone un jersey blanco, precioso, se dispone a abandonar el local. Tallafe se levanta, suavemente, seductor, embriagado por el aroma de la sopa de setas con trufa, pero no se dirige hacia la mesa de la reina de Inglaterra, se dirige hacia la mesa de una señora mayor, otra, aún más mayor, aún más británica, que cena con su hija o algo parecido, ajena totalmente a Helen Mirren. Tallafe nos mira, irónico, cínico, juguetón, atractivo, soñador. Sentimos el pinchazo del vértigo total. Tallafe siente, súbitamente, una inspiración. Tallafe se acerca a ellas y les dice que les quiere sacar una foto. Se levantan, hablando en italiano, en inglés, en croata, en zulú. No les entendemos un carajo, pero la abuela parece expresar algún tipo de extrañeza por el hecho de que un gaditano calvo y barrigón se muestre atraído por ella. Tallafe no se corta, se crece, y le dice que quiere una foto con ella porque LE GUSTA. Oigo esa palabras. Sí. Todavía resuenan en mis oídos. MI PIACHE. En ese preciso instante, recuerdo que puede entrar Danny Elfman y pillarnos en medio de esta trágica historia. Tallafe abraza a la señora, y su hija o su enfermera le saca una foto. Entonces, sin dudar un instante, Tallafe se lanza y le da un beso en los morros. La anciana encantada, sonríe feliz, su hija también y se van emocionadas a casa. Y no pasa absolutamente nada. Nada. Tallafe nos invita, con sus flamantes 150 euros, a un viaje en góndola. Tumbado en ella, viendo sobre mi cabeza un cielo abarrotado de estrellas, con el sonido del remo moviendo lentamente el agua y los avisos del gondolero (¡Voooooiiii, staggando!!) como único fondo musical, siento muy cerca la compañía de mis amigos, y pienso que tengo que volver al Da Forni, porque la sopa de setas con trufa estaba buenísima.